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El funeral, de Mauricio Montiel Figueiras

4 minutos de lectura

Oscar Iván Mendoza Verplancken

Mauricio Montiel Figueiras logra, en El funeral, lo que pocos escritores pueden: hacer que el lector quiera seguir leyendo su libro una vez terminado. Eso me pasó cuando acabé su obra. Me quedé en suspenso, con preguntas, con ganas de saber qué más pasó. ¿Por qué concluyó en ese momento? ¿Qué pasó con los personajes? Las preguntas anteriores no quieren decir que El funeral sea un libro inacabado, al contrario. La historia atrapa e involucra al lector. Incluso, en ocasiones, da la impresión de uno ser un testigo, de vivir los hechos, de ser un personaje más ––si bien observador–– de la novela de Montiel.

El funeral cuenta una historia que se desarrolla en la Italia profunda, la Italia mágica, religiosa, la Italia golpeada por la Segunda Guerra Mundial. Es un retrato familiar, una historia contada a través de la relación epistolar entre Alessandro y Annunziata, hermanos que de muy jóvenes fueron separados sin mayores explicaciones. En la primera carta, Alessandro comunica la muerte de su padre y el hallazgo de un extraño álbum fotográfico que retrata el funeral de la abuela, la madre Aradia. 

La historia cuenta los extraños sucesos que rodearon a la abuela en vida y en muerte. La madre Aradia se presenta como portadora de un poder extraño, una luz intensa que servía de guía para los habitantes del pueblo. Una figura mediadora, de equilibrio de fuerzas, visibles e invisibles. Mas no hay que olvidar que mucha luz encandila. El poder de la matriarca es también uno temido y respetado, uno que tal vez, no es lo que parece. 

El funeral está cubierto de misterio, de cosas que son pero que no aparentan lo que son; y de otras cosas que no son, pero que están ahí, aparentando ser y jugando un juego dialéctico, donde, a la vez, se es la tesis, la antítesis y la síntesis. Lo obvio y lo evidente dejan de serlo para convertir la claridad en una especie de niebla, en aguas agitadas, en un pez huidizo.

Montiel Figueiras, las cartas de Alessandro y Annunziata, sumergen al lector en una especie de agua turbia. Los hace navegar por mares gruesas y cielos cerrados. Las cartas son un juego de espejos que reflejan una realidad incierta, movible, adictiva, angustiante y, sin embargo, con una luz de esperanza. Montiel mantiene al lector al filo de su asiento a la espera de que los personajes de El funeral encuentren el camino alumbrado por ese hilo de luz. El camino a un lugar prometido, sin océanos que cruzar ni tinieblas que alumbrar. Un lugar donde la niebla se disipa y los juegos de espejos se acaban.

El funeral hace que la línea entre la ficción y la realidad se adelgace (aún más) y que en ocasiones dé la impresión de no ser literatura sino un recuento de hechos que sí ocurrieron, no sólo en la tinta de Montiel, sino en el mundo en el que vivimos, un mundo que casi nunca es lo que parece.

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