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Revisión de Mutafukaz de Run: Un monstruo en casa

8 minutos de lectura

Una reescritura del mito del Minotauro en formato de relato distópico, de Guillaume Renard “Run”, demuestra que la fábula no es una fórmula agotada y aún puede ser renovada

 

Por: Carlos Priego 

 

A finales de los ochenta del siglo pasado el imaginario colectivo destinaba bastante tiempo a imaginar que por la mañana los Tiburones, los Aliens o los Mogwai malos amenazarían —en el mejor de los casos— o destruirían —en el peor— todo lo que se conocía o se amaba. Esta fue una pesadilla recurrente que nació, en gran parte, aunque no exclusivamente, del consumo del cine de la época: Tiburón, de Steven Spielberg; Alien: el octavo pasajero, de Ridley Scott; o Gremlins, de Joe Dante (la memoria me dice que varias madres finalmente se inclinaron por prohibir a sus hijos cultivar ese gusto cinematográfico tan particular). 

 

Así que al leer por primera vez Mutafukaz, de Run, un cómic francés que comienza con una charla entre Jesucristo y el Diablo personificados en luchadores tradicionales mexicanos a punto de enfrentarse una vez más (¿o no?), no es de extrañar que despierte en uno (o varios) lectores todo tipo de sentimientos medio olvidados, pero sobre todo la pregunta: ¿a qué se parece?

 

Mutafukaz, que apareció originalmente en francés en 2006, fue publicada en español por Dibbuks (cuya lista de comics incluye Doggy Bags y Freaks, parte del universo creado por Run) en una traducción directa del francés de Sandra C. Su tema principal tiene dos componentes, un monstruo y una casa. Y si en la casa metes personas desesperadas por matar al monstruo, lo que resulta es un tipo de historia tan primitiva que la entiende cualquiera, sea de donde sea. Es la clase de ficción que se le puede explicar a un cavernícola, no porque sea idiota, sino porque el tema es primario. Y todo el mundo entiende este sencillo imperativo primario: ¡No te dejes comer! También es sorprendentemente elemental. 

 

Las reglas con las que se construyó Mutafukaz son básicas: 1) La casa debe ser un espacio cerrado: un pueblo similar a Los Ángeles, Dark Meat City. 2) Se tuvo que cometer un pecado de avaricia o lujuria del que se deriva la aparición de un monstruo sobrenatural venido como un ángel vengador para matar a los pecadores y perdonar la vida a los que comprenden cuál fue el pecado: una raza alienígena llamada “Macho” se infiltró en la Tierra para eventualmente colonizar el planeta. Angelino, el protagonista, es un mestizo hijo de un padre alienígena y una madre humana lo que dió como resultado una combinación genética impredecible y potencialmente poderosa que el Sr. K, líder extraterrestre, quiere sancionar y explotar. 3) El resto se reduce a jugar al escondite: Angelino, que por cierto es huérfano, en compañía de dos amigos, Bruce y Willy, se esconden en el deteriorado barrio criminal de Palm Hills mientras son perseguidos por los hombres de negro. ¿Cuál es la relación que guardan las tres películas y la novela gráfica? Todas se inspiran en el mito del Minotauro. Un monstruo fantástico, mitad hombre mitad toro. Una casa genial y un laberinto al que se envía a morir a los condenados.   

 

Pero volvamos a nuestra novela gráfica. El título de esta agotadora y caótica historia es una contracción del insulto edípico y una declaración de intención actitudinal. Guillaume Renard convierte los aspectos más destacados de su novela gráfica en una desenfrenada mezcla posmoderna que hace que el repartidor de pizzas, Angelino, salte a través de diversas culturas. 

 

Luchadores mexicanos que golpean nazis, bases militares ultra secretas, conspiraciones alienígenas, novela negra, Grand Theft Auto, una capa de leyendas urbanas interconectadas entre unas y otras superpuestas con ejércitos de cucarachas humanas e insectoides y una dosis de violencia extrema, un caldo de cultivo que en esencia debería ser muy divertido, pero el disfrute dependerá de la tolerancia hacia una superposición de escenarios y referencias a un ritmo que no permite saborearlos a gusto. Hay referencias para aventar para arriba.  

 

Al momento de contar historias, el mérito de cualquier cuentista es dar un giro original a su obra y en este caso tanto al monstruo y sus poderes como a la forma de dar los sustos. El mito del Minotauro no es una fórmula agotada. Siempre hay formas de renovarlo, pero se le debe dar un giro original para tener éxito. Si hacemos una pausa para analizar la capirotada de información visual contenida en Mutafukaz el giro es poderosamente redentor, pero incluso sin él, tiene mucho que decir sobre la vida moderna: qué solitaria puede ser y qué salvaje. 

 

La novela gráfica retrata las temáticas universales de la literatura a través de los tiempos: la venganza, el viaje, el amor, la muerte, la amistad, la búsqueda de identidad e incluso la angustia adolescente. Al igual que cientos de libros, esta novela gráfica —pensada en cinco entregas más un número cero— está llena de miedos cotidianos y comunes.  

 

 

Hay una sensación de caminos no tomados y pocas oportunidades para los jóvenes. Al final —no quiero revelar nada— su mensaje tiene que ver con un reflejo de las ansiedades sociales e históricas contenidas en lo que parece otra forma de existencia biológica. Al derroche de violencia extrema que acompaña Mutafukaz, cuya relativa gratuidad y simplicidad pueden, en una primera lectura, oscurecer su riqueza filosófica, le acompañan tres maneras diferentes de superar un obstáculo: la científica, la espiritual y la del hombre común.  

 

Mutafukaz 1 y 2, de Guillaume Renard “Run”, son una publicación de Dibbuks ($393.00 y $375.00). 

 

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